Querido papá:
Hoy, 15 de noviembre del 2014, cumplirías 90 años, pero te fuiste a los 61:
pronto, demasiado pronto. No obstante hayan pasado 29 años desde entonces, no
nos hemos acostumbrado a tu ausencia. No hay día de nuestras vidas en que tu
imagen no se nos aparezca, no hay día que por algún motivo no nos preguntemos:
“cómo nos hubieras dicho qué hacer?”, “qué consejos nos hubieras dado?”. Sin
embargo, gracias a tus sólidos enseñamientos de hombre honesto y altruista, y a
la bendita presencia de mamá, tu Laurita, como amorosamente la llamabas, hemos
salido adelante.
Nos hemos tropezado mil y cien mil veces en el camino de la vida, pero las
raíces de lo que sembraste han sido más fuertes que los golpes recibidos. Por
ejemplo, yo fuí “la oveja negra” de la familia en mi juventud y te dí muchos
dolores de cabeza, pero nunca me cerraste la casa y siempre me acogiste con
amor. Ahora, así somos entre nosotras, solidarias, y tratamos de ayudarnos como
podemos, tal como nos enseñaron tú y mamá.
Todas tenemos mil recuerdos y anécdotas de nuestras vidas, cuando estabas
presente. A veces, en las tardes de verano, cuando pasamos mucho tiempo juntas,
te apareces en nuestras conversaciones. Puedo decirte que recordamos divertidas
los viajes que hacíamos todos, por vacaciones, o sólo para ir a la frontera
para surtirnos de ropa y juguetes; de la gran paciencia que nos tenías, menos
en esa ocasión en que te hicimos perder los estribos durante un viaje de
regreso de Brownsville, porque jugando a la “solterona” en los asientos
traseros del coche, echábamos pleito y discutíamos calurosamente: después de
varias horas de confusión, nos pediste las barajas, abriste la ventanilla y las
tiraste en el aire, así, sin decir una nada, porque eras hombre de pocas
palabras, más bien, silencioso. También recordamos las ocasiones en que se
ponchaban las llantas y, no obstante el calor y el sol sobre tu cabeza, te
ponías a cambiarlas diligentemente. Creo
que el recuerdo de los viajes es el que más frecuentemente aparece en nuestras
conversaciones porque era el período en el que de alguna manera, estábamos
obligados a convivir más horas dentro de una vida cotidiana alterada, así, esas
evocaciones han quedado impresas en nosotras como algo imborrable.
Algunos de tus nietos, los que tuvieron la fortuna de conocerte, te
recuerdan con infinito cariño y recuerdan con alegría los viajes y las
experiencias que lograron hacer junto a tí. Los menos afortunados, sienten como
si te hubieran conocido mediante las muchas cosas que les hemos platicado.
Laura, por ejemplo, fue concebida con toda conciencia después de tu partida...Fue
la búsqueda del amor en una nueva vida para llenar tu ausencia.
En febrero de 1986, un mes preciso al cabo de tu muerte, me escribió Goyo
para decirme que sólo a través de la unión de la familia, encontraríamos
consuelo para contrarrestar el dolor y la nostalgia. Así ha sido, en parte,
aunque también me decía que, inevitablemente, una parte de nuestras vidas se
iría con tu ausencia.
Te aseguro, querido papá, que en cada una de nosotras hay algo de ti: dicen
que mis ojos y mis silencios reflejan los tuyos, veo tu honestidad en la manera
de ser clara y precisa de Lauris, veo en la popularidad de Marcela el amor que
la gente sentía por tí, veo en el empeño social de Natalia tu generosidad, veo
en la sencillez de ánimo de Charo tu fortaleza interior.
Todas nosotras, tus cinco hijas, tus nietos, nietas, bisnietos, yernos,
juntos con tu amada Laurita (nuestra mamá), te queremos recordar en este día
con amor y darte las gracias por el sinfín de experiencias bondadosas que nos
haz dejado.
Y, como era tradición en tus cumpleaños, cuando te llevaban serenata los
amigos, los compañeros y trabajadores de la Coca-Cola y todos juntos
desayunaban en la casa; así, ahora en tu ausencia, cada uno de nosotros, en la
intimidad de nuestros corazones, en nuestras casas y en las diferentes partes
del mundo donde vivimos, hoy 15 de noviembre pensaremos a tí al alba y, como en
un coro, te diremos:
“Felíz cumpleaños papá, te queremos mucho”.
Nota adjuntiva al imenso abanico de recuerdos de papá:
Frijoles negros de olla
No puedo dejar en el tintero un pequeño recuerdo sobre sus gustos de papá
para comer. El era un gran conocedor de la gastronomía mundial, sobretodo de la
mexicana: para él los frijoles eran un alimento indispensable, de preferencia
los negros, caviar de la cocina nacional. Esto hacía torcer la naríz a algunas
personas que consideraban ese platillo demasiado “de pobres”, ignorantes de que
los frijoles (de origen americano) son un alimento noble e indispensable para
la buena alimentación en todo el mundo.
Cuando era niña, me sorprendía mucho ver a papá agregando un chorrito de
aceite de oliva a los frijoles recién salidos de la olla. Se trataba del aceite
Ybarra, (el único que se encontraba en la estantería de los supermercados). Ante
mis ojos infantiles, eso de ponerle aceite de oliva a los frijoles se me hacía
una cosa muy excéntrica: tuvieron que pasar muchos años para darme cuenta de
que no era una excentridad de papá sino algo de sentido común. Al llegar a
Italia comprobé que, si queremos comer como se debe un buen plato de frijoles, se acostumbra
agregarles aceite de oliva (sean blancos o bayos).
versione in italiano
Caro papà:
Oggi, 15 novembre del 2014,
compiresti 90 anni, ma te ne sei andato a 61: presto, troppo presto. Nonostante
siano passati 29 anni da allora, non ci siamo abituati alla tua assenza. Non
c’è un giorno delle nostre vite in cui la tua immagine non ci appaia, non c’è
un giorno in cui non ci sia un motivo per domandarci: “come ci avresti detto
che fare?”, “che consiglio ci avresti dato?”. Tuttavia, grazie ai tuoi solidi
insegnamenti d’uomo onesto e altruista, e alla benedetta presenza della mamma,
la tua Laurita, come amorosamente la chiamavi, siamo riuscite ad andare avanti.
Siamo inciampate mille e
altre centomila volte sul sentiero della vita, ma le radici di quello che hai
seminato sono state più forti dei colpi ricevuti. Per esempio, io sono stata
“la pecora nera” della famiglia nella mia gioventù e ti ho dato tanti mal di
testa, pero non mi hai mai chiuso la porta di casa e mi hai accolta sempre con
amore. Ora, siamo così fra di noi, solidali, e cerchiamo di aiutarci a vicenda,
così come ci avete insegnato te e la mamma.
Tutte abbiamo tanti ricordi e
storie delle nostre vite insieme a te. A volte, nelle sere d’estate, quando
passiamo più tempo tutte insieme, appari nelle nostre conversazioni. Posso
dirti che ricordiamo divertite i nostri viaggi in famiglia, per le vacanze o
solo per andare alla frontiera a comprare vestiti e giocattoli; della grande
pazienza che avevi con noi, tranne in quella occasione in cui perdesti le
staffe durante un viaggio di ritorno da Brownsville, perché giocando alla “solterona”
nei sedili posteriori della macchina, litigavamo e discutevamo accalorate: dopo
qualche ora di questo andazzo, ci chiedesti le carte, apristi il finestrino e
le buttasti all’aria, così, senza dire niente, perché questo sì, eri un uomo di
poche parole, direi silenzioso. Ricordiamo anche le occasioni in cui
scoppiavano i pneumatici della macchina e, nonostante il caldo torrido e il
sole che picchiava sulla tua testa, scendevi a sostituirle diligentemente.
Credo che i ricordi dei viaggi sono quelli che appaiono con più frequenza nelle
nostre conversazioni perché erano le occasioni in convivevamo più a lungo.
Così, quelle evocazioni sono rimaste impresse in noi come qualcosa di
incancellabile.
Alcuni dei tuoi nipoti,
quelli fortunati che ti hanno conosciuto, ti ricordano con infinito amore e
ricordano con allegria i viaggi e l’esperienze che riuscirono a fare insieme a
te. Quelli meno fortunati sentono come se ti avessero conosciuto attraverso le
tante cose che gli abbiamo raccontato. Laura, per esempio, fu voluta e
concepita proprio dopo la tua partenza… Fu la ricerca dell’amore in una nuova
vita per riempire la tua assenza.
Nel febbraio del 1986, un
mese preciso dopo la tua morte, mi scrisse Goyo per dirmi che solo attraverso
l’unione familiare avremmo trovato conforto per contrastare il dolore e la
nostalgia. Così è stato, in parte, sebbene mi diceva che, inevitabilmente, una
parte delle nostre vite sarebbe andata via insieme a te.
Ti assicuro, caro papà, che
in ognuna di noi c’è qualcosa di te: dicono che i miei occhi e i miei silenzi
riflettono i tuoi, vedo la tua onestà nella maniera chiara e precisa di Lauris,
vedo nella popolarità di Marcela l'amore che la gente provava per te, vedo
nell’impegno sociale di Natalia la tua generosità, vedo nella semplicità
d’animo di Charo la tua forza interiore.
Tutte noi, le tue cinque
figlie, i tuoi nipoti, bisnipoti, generi, insieme alla tua amata Laurita
(nostra mamma), ti vogliamo ricordare in questo giorno con amore e ringraziarti
per l’infinità d’esperienze belle che ci hai lasciato.
E, come era tradizione nei
tuoi compleanni, quando gli amici, compagni e lavoratori della Coca-Cola, ti svegliavano con una serenata e tutti
insieme facevano colazione a casa nostra, così, ora nella tua assenza, ognuno
di noi, nell'intimità dei nostri cuori, nelle nostre case e nei diversi posti
del mondo dove abitiamo, oggi 15 di novembre penseremo a te all’alba e, come in
un coro, ti diremo:
“Buon compleanno papà, ti vogliamo tanto bene”.
Nota aggiuntiva dall’immenso
ventaglio dei ricordi di papà:
Fagioli neri dalla pentola
Non posso lasciare nel
calamaio un piccolo ricordo sui gusti di papà nel mangiare. Lui era un gran conoscitore
della gastronomia mondiale, soprattutto della messicana: per lui i fagioli
erano un alimento indispensabile, di preferenza quelli neri, il caviale della
cucina nazionale. Questo faceva storcere un po’ il naso ad alcune persone che
consideravano questo piatto troppo “da poveri”, ignoranti che i fagioli
(d’origine americana) sono un alimento nobile e indispensabile per la buona alimentazione
in tutto il mondo.
Quando ero bambina, mi
sorprendeva molto vedere papà che aggiungeva un filo d’olio d’oliva ai fagioli
appena cotti nella pentola. Allora si usava l’olio d’oliva Ybarra, (era l’unico
che si trovava negli scaffali dei supermercati). Ai miei occhi infantili,
questo di mettere olio d’oliva ai fagioli mi sembrava qualcosa di molto
eccentrico: sono dovuti passare molti anni prima che mi rendessi conto che non era una
eccentrità di papà bensì solo buon
gusto. Al mio arrivo in Italia comprovai che, se vogliamo mangiare un buon
piatto di fagioli, è imprescindibile aggiungere olio d’oliva.