domenica 17 gennaio 2016

Racconti ospedalieri. Historias de hospitales. Il parto, Fiesole




Cari amici, dopo le feste natalizie e i grandi pranzi, lascerò per un corto periodo in “stand by” la cucina per dedicarmi alla mia altra passione: la scrittura.
Inizierò a condividere con voi alcuni racconti “ospedalieri” circa le mie esperienze personali grazie a dio tutte andate bene. Spero le troverete curiose e divertenti. Questo no toglie che magari fra un racconto ed un altro ci possa essere un post di cucina.

Il parto, (Fiesole, 1983-1986)

Ho visto nascere cinque nipoti partoriti dalle  mie sorelle, e sebbene questi parti siano stati tutti dolorosi, dopotutto sono avvenuti in un ambiente molto ovattato per come sono state coccolate da tutti: ginecologi, mariti, genitori e amicizie varie.

Già la preparazione all’evento era segnato da feste per la futura mamma e il nascituro, i cosidetti “babyshowers”, in modo che al momento della nascita il corredo del bebè fosse al completo, dal più semplice ciuccio fino al lettino, insomma c’erano tutti gli elementi di benessere di una famiglia borghese.

Quando è arrivato il mio turno avevo capito che le cose sarebbero andate diversamente, prima di tutto ero in Italia e già i preparativi si sono dimostrati diversi, niente feste pre-evento, il lettino rigorosamente vietato averlo in casa prima del parto (per scaramanzia), come vietato portare la collana di perle al collo durante la gravidanza (il bambino poteva nascere con il cordone ombelicale intorno al collo!). C’era una cura un po’ eccesiva per i tessuti dei vestitini del corredo, solo in puro cottone, lino o morbida lana per proteggere la delicata pelle del bebè. Tutto finemente ricamato a mano con fili di colori tenui e fiorellini delicati.

Mia madre arrivò qualche giorno prima del parto in modo da darmi il suo appoggio; i dolori arrivarono all’improvviso in una domenica invernale, la corsa all’ospedale, e lì ore ed ore a camminare nel corridoio, a urlare come una dannata dai fortissimi dolori, il mio ginecologo non era di turno, c’erano altre donne come me, qualcuna più fortunata con lievi dolori. Medici e infermieri che davano poca importanza alla mia situazione, mia madre un po’ spaesata non capendo la lingua ne la vita in un ospedale pubblico. Faceva un calore soffocante per l’alta temperatura dei termosifoni.

Tante ore dopo, mio marito e io fummo catapultati nella sala parto, purtroppo il parto divenne sempre più complicato, e ci fu bisogno di tagliare e tirare fuori il neonato con la ventosa. All’istante in cui venne alla luce il mio primo bebè, Filippo, dopo dieci ore, il dolore scomparve come per miracolo.

Ancora stordita dall’evento e indolenzita per i punti che mi avevano dato cercai le mie pantofole che nel trambusto del parto erano finite sotto il letto della sala operatoria! Nessuno che mi aiutasse. Lasciai la sala parto camminando claudicante, appoggiandomi sul braccio di mio marito; niente sedia a rotelle, avevo solo partorito, una cosa normalissima e naturale.

Nonostante la mia stanchezza, entrando nella camerata condivisa con altre donne, notai il mio comodino desolato; era completamente vuoto mentre quello delle altre donne erano tutti molto carini;: con tovagliette ricamate, tazzine, zucchero, bicchieri, sale, addirittura alcune con bottigliette con olio d’oliva ( per insaporire l’insipido cibo del’ospedale) Nessuno mi aveva detto che c’era il fai da te quando si entra in un ospedale pubblico!

Quella stessa notte esausta, mi dissi: mai più un altro figlio! Ed invece dopo tre anni precisi e un giorno, ancora una volta grandi dolori, corsa all’ospedale, mia madre di nuovo in Italia, mio marito e io ben preparati con tutto il necessario per il bebè, per me e per sistemare il mio comodino! Il parto fu velocissimo, dopo solo tre ore nacque il mio secondo bebè, Laura.

Versión en español

Queridos amigos, después de las fiestas navideñas y las grandes comidas, dejaré por un corto período en “stan by” la cocina para dedicarme a mi otra pasión: la escritura.
Iniciaré a compartir con ustedes algunas historias de “hospitales” acerca de mis experiencias personales, gracias a dios todas con buen fin. Espero las encuentren curiosas y divertidas. Esto no quiere decir que tal vez entre una historia y otra pueda poner un post de cocina.  


El parto (Fiesole, 1983-1986)

He visto nacer cinco sobrinos paridos por mis hermanas y, si bien estos partos han sido todos dolorosos, después de todo ocurrían en ambientes acojedores por cómo consentían a las parturientas los ginecólogos, mis papás, sus maridos y varias amistades.

La preparación al evento estaba marcado por las fiestas para la futura mamá y el futuro bebé, los llamados “baby showers”, de manera que al momento del nacimiento la canastilla del bebé estaba completa: desde el simple chupón hasta su cuna muy bien arreglada. Estaban todos los elementos de bienestar de una familia burguesa.

Cuando llegó mi turno me di cuenta que las cosas habían sido muy diferentes. Antes que nada vivía en Italia y los preparativos al evento se mostraban desde el inicio muy distintos. Nada de baby showers. La cuna, rigorosamente prohibido llevarla a la casa antes del parto (sería de mal augurio), como también prohibido ponerse el collar de perlas durante el embarazo (¡el bebé podría nacer con el cordón umbilical enrollado en el cuello!). Había un cuidado casi excesivo por escoger los tejidos del vestuario del bebé solo de algodón o finísimo lino, o en lana suavecita para proteger su delicada piel. La camiseta era de algodón por dentro y lana por fuera. Todo finemente bordado a mano con hilos de colores tenues y delicadas florecitas.

Mi mamá llegó unos días antes del parto para ayudarme y darme su apoyo. Los dolores llegaron de improvisto un domingo de invierno. Corrimos al hospital y ahí horas y horas a caminar en los pasillos, gritando como una loca; sentía que se me desgarraba todo el cuerpo. Mi ginecólogo no estaba de turno, había otras mujeres como yo, alguna más afortunada con dolores leves. Médicos y enfermeras daban poca importancia a mi situación; era solo un parto. Mi mamá, desconcertada sin comprender el italiano ni la vida en un hospital público. Hacía un calor sofocante pues los radiadores de la calefacción estaban prendidos a alta temperatura.

Después de varias horas de trabajo de parto doloroso, mi marido y yo fuimos catapultados al quirófano. Ahí el parto se complicó y hubo necesidad de usar fórceps para facilitar la salida del bebé. Pero en el istante en que vino a la luz mi primer bebé, Filippo, después de diez horas, el dolor desapareció como por encanto.

Todavía atontada y adolorida por los puntos que recibí busqué mis pantuflas, que en el alboroto del parto ¡terminaron debajo de la cama del quirófano! Nadie que me ayudara. Dejé la sala de parto caminando claudicante, apoyándome del brazo de mi esposo; nada de silla de ruedas, solo había parido, una cosa normalísima y natural.

No obstante mi situación de inmenso cansancio, al entrar en la habitación compartida con otras cuatro mujeres me di cuenta de la desolación de mi buró; estaba vacío, mientras los de las otras compañeras del domitorio estaban muy bien arreglados: con mantelitos bordados, tazas, vasos, azúcar, sal y algunas hasta con botellitas con aceite de oliva (para condimentar la insípida comida de hospital). ¡Nadie me había dicho que entonces era costumbre italiana traerse todo lo “necesario” de su casa cuando uno entraba en un hospital público!

Esa noche, exhausta, me dije: ¡jamás otro hijo! Sin embargo tres años y un día después: de nuevo grande dolor, una carrera al mismo hospital, mi mamá de nuevo en Italia (comprendiendo casi todo el italiano), mi marido y yo muy bien preparados con todo lo necesario para el bebé, para mí ¡y para arreglar mi buró! El parto fue rapidísimo, después de solo tres horas nació mi segundo bebé, Laura. 

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