Cari amici, dopo le feste
natalizie e i grandi pranzi, lascerò per un corto periodo in “stand by” la
cucina per dedicarmi alla mia altra passione: la scrittura.
Inizierò a condividere con
voi alcuni racconti “ospedalieri” circa le mie esperienze personali grazie a
dio tutte andate bene. Spero le troverete curiose e divertenti. Questo no
toglie che magari fra un racconto ed un altro ci possa essere un post di
cucina.
Il parto, (Fiesole,
1983-1986)
Ho visto nascere cinque
nipoti partoriti dalle mie sorelle, e
sebbene questi parti siano stati tutti dolorosi, dopotutto sono avvenuti in un
ambiente molto ovattato per come sono state coccolate da tutti: ginecologi,
mariti, genitori e amicizie varie.
Già la preparazione
all’evento era segnato da feste per la futura mamma e il nascituro, i cosidetti
“babyshowers”, in modo che al momento della nascita il corredo del bebè fosse
al completo, dal più semplice ciuccio fino al lettino, insomma c’erano tutti
gli elementi di benessere di una famiglia borghese.
Quando è arrivato il mio
turno avevo capito che le cose sarebbero andate diversamente, prima di tutto
ero in Italia e già i preparativi si sono dimostrati diversi, niente feste
pre-evento, il lettino rigorosamente vietato averlo in casa prima del parto (per
scaramanzia), come vietato portare la collana di perle al collo durante la
gravidanza (il bambino poteva nascere con il cordone ombelicale intorno al
collo!). C’era una cura un po’ eccesiva per i tessuti dei vestitini del
corredo, solo in puro cottone, lino o morbida lana per proteggere la delicata
pelle del bebè. Tutto finemente ricamato a mano con fili di colori tenui e
fiorellini delicati.
Mia madre arrivò qualche
giorno prima del parto in modo da darmi il suo appoggio; i dolori arrivarono
all’improvviso in una domenica invernale, la corsa all’ospedale, e lì ore ed
ore a camminare nel corridoio, a urlare come una dannata dai fortissimi dolori,
il mio ginecologo non era di turno, c’erano altre donne come me, qualcuna più
fortunata con lievi dolori. Medici e infermieri che davano poca importanza alla
mia situazione, mia madre un po’ spaesata non capendo la lingua ne la vita in
un ospedale pubblico. Faceva un calore soffocante per l’alta temperatura dei
termosifoni.
Tante ore dopo, mio marito e
io fummo catapultati nella sala parto, purtroppo il parto divenne sempre più
complicato, e ci fu bisogno di tagliare e tirare fuori il neonato con la
ventosa. All’istante in cui venne alla luce il mio primo bebè, Filippo, dopo
dieci ore, il dolore scomparve come per miracolo.
Ancora stordita dall’evento e
indolenzita per i punti che mi avevano dato cercai le mie pantofole che nel
trambusto del parto erano finite sotto il letto della sala operatoria! Nessuno
che mi aiutasse. Lasciai la sala parto camminando claudicante, appoggiandomi
sul braccio di mio marito; niente sedia a rotelle, avevo solo partorito, una
cosa normalissima e naturale.
Nonostante la mia stanchezza,
entrando nella camerata condivisa con altre donne, notai il mio comodino
desolato; era completamente vuoto mentre quello delle altre donne erano tutti
molto carini;: con tovagliette ricamate, tazzine, zucchero, bicchieri, sale,
addirittura alcune con bottigliette con olio d’oliva ( per insaporire
l’insipido cibo del’ospedale) Nessuno mi aveva detto che c’era il fai da te
quando si entra in un ospedale pubblico!
Quella stessa notte esausta,
mi dissi: mai più un altro figlio! Ed invece dopo tre anni precisi e un giorno,
ancora una volta grandi dolori, corsa all’ospedale, mia madre di nuovo in
Italia, mio marito e io ben preparati con tutto il necessario per il bebè, per
me e per sistemare il mio comodino! Il parto fu velocissimo, dopo solo tre ore
nacque il mio secondo bebè, Laura.
Versión en español
Queridos amigos, después de las fiestas navideñas y las grandes comidas,
dejaré por un corto período en “stan by” la cocina para dedicarme a mi otra
pasión: la escritura.
Iniciaré a compartir con ustedes algunas historias de “hospitales” acerca de
mis experiencias personales, gracias a dios todas con buen fin. Espero las
encuentren curiosas y divertidas. Esto no quiere decir que tal vez entre una
historia y otra pueda poner un post de cocina.
El parto (Fiesole, 1983-1986)
He visto nacer cinco sobrinos paridos por mis hermanas y, si bien estos
partos han sido todos dolorosos, después de todo ocurrían en ambientes
acojedores por cómo consentían a las parturientas los ginecólogos, mis papás,
sus maridos y varias amistades.
La preparación al evento estaba marcado por las fiestas para la futura mamá
y el futuro bebé, los llamados “baby showers”, de manera que al momento del
nacimiento la canastilla del bebé estaba completa: desde el simple chupón hasta
su cuna muy bien arreglada. Estaban todos los elementos de bienestar de una
familia burguesa.
Cuando llegó mi turno me di cuenta que las cosas habían sido muy
diferentes. Antes que nada vivía en Italia y los preparativos al evento se
mostraban desde el inicio muy distintos. Nada de baby showers. La cuna,
rigorosamente prohibido llevarla a la casa antes del parto (sería de mal
augurio), como también prohibido ponerse el collar de perlas durante el
embarazo (¡el bebé podría nacer con el cordón umbilical enrollado en el
cuello!). Había un cuidado casi excesivo por escoger los tejidos del vestuario
del bebé solo de algodón o finísimo lino, o en lana suavecita para proteger su
delicada piel. La camiseta era de algodón por dentro y lana por fuera. Todo
finemente bordado a mano con hilos de colores tenues y delicadas florecitas.
Mi mamá llegó unos días antes del parto para ayudarme y darme su apoyo. Los
dolores llegaron de improvisto un domingo de invierno. Corrimos al hospital y
ahí horas y horas a caminar en los pasillos, gritando como una loca; sentía que
se me desgarraba todo el cuerpo. Mi ginecólogo no estaba de turno, había otras
mujeres como yo, alguna más afortunada con dolores leves. Médicos y enfermeras
daban poca importancia a mi situación; era solo un parto. Mi mamá,
desconcertada sin comprender el italiano ni la vida en un hospital público.
Hacía un calor sofocante pues los radiadores de la calefacción estaban
prendidos a alta temperatura.
Después de varias horas de trabajo de parto doloroso, mi marido y yo fuimos
catapultados al quirófano. Ahí el parto se complicó y hubo necesidad de usar
fórceps para facilitar la salida del bebé. Pero en el istante en que vino a la
luz mi primer bebé, Filippo, después de diez horas, el dolor desapareció como
por encanto.
Todavía atontada y adolorida por los puntos que recibí busqué mis
pantuflas, que en el alboroto del parto ¡terminaron debajo de la cama del
quirófano! Nadie que me ayudara. Dejé la sala de parto caminando claudicante,
apoyándome del brazo de mi esposo; nada de silla de ruedas, solo había parido,
una cosa normalísima y natural.
No obstante mi situación de inmenso cansancio, al entrar en la habitación
compartida con otras cuatro mujeres me di cuenta de la desolación de mi buró;
estaba vacío, mientras los de las otras compañeras del domitorio estaban muy
bien arreglados: con mantelitos bordados, tazas, vasos, azúcar, sal y algunas
hasta con botellitas con aceite de oliva (para condimentar la insípida comida
de hospital). ¡Nadie me había dicho que entonces era costumbre italiana traerse
todo lo “necesario” de su casa cuando uno entraba en un hospital público!
Esa noche, exhausta, me dije: ¡jamás otro hijo! Sin embargo tres años y un
día después: de nuevo grande dolor, una carrera al mismo hospital, mi mamá de
nuevo en Italia (comprendiendo casi todo el italiano), mi marido y yo muy bien
preparados con todo lo necesario para el bebé, para mí ¡y para arreglar mi
buró! El parto fue rapidísimo, después de solo tres horas nació mi segundo
bebé, Laura.
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