domenica 14 febbraio 2016

Recuerdos especiales - Ricordi speciali




El ocho de febrero pasado se cumplieron veinte años de que mi querido cuñado Goyo se fue. Mi hermana Lauris lo recordó narrando algunas anécdotas muy simpáticas sobre su vida matrimonial. Recuerdos divertidos, pero llenos de melancolía.

Pensando en el, he decidido escribir también algunas líneas sobre esas anécdotas que se han quedado en mi corazón. Son muchos los recuerdos, pero he escogido escribir solo sobre aquellos que conciernen a los tiempos en que yo iniciaba mi aventura italiana. Para hacer esto tengo que plantear una premisa un poquito larga: el primer viaje de mi marido en México.

En los primeros años ochenta conocí Roberto en Florencia. Después de un año de mi regreso a México, el vino a visitarme. Mi papá, que no quería que Roberto tuviera un shock visitando primero mi ciudad, el Mante, le organizó un recibimiento del mejor modo.

Lo primero que hice fue ir a la Ciudad de México junto a mi hermana Natalia a recibir a Roberto. Nos alojamos en uno de los mejores hoteles del centro histórico, de manera que le permitiéramos conocer cómodamente la ciudad. Todo estaba yendo de maravilla y Roberto estaba muy admirado de la grande y bella Ciudad de México.

El tercer día salimos a comer a un restaurante y, si bien Roberto vestía muy bien y con un gusto deliciosamente italiano, lo obligaron a ponerse un saco. Esto lo hizo torcer la nariz. Después de comer, de regreso al hotel, Natalia se puso a llorar desconsoladamente porque extrañaba a sus hijos y su esposo Pargo. Roberto se quedó sorprendido, habían pasado solo tres días de la ausencia familiar de Natalia. Como sea no dijo nada, pero nunca lo ha olvidado.

Al día siguiente llegamos a Tampico y fuimos con mi mamá a casa de mi tía Nena, donde nos esperaba mi papá para de ahí salir al Mante. Amigos míos, recordemos que Roberto estaba por conocer por primera vez a mi papá. La escena es la siguiente: Mi papá recostado en una cama con una pierna en el aire, sufriendo de un intenso y doloroso calambre. Mi tío Carlos, que trataba de ayudarlo pero hacía todo lo contrario, la tía Nena y mamá Chayo sentadas alrededor en un sillón.

Después de una breve presentación de Roberto, vista la gravedad de la situación, el me pregunta si puede ayudar a papá porque cree que el tío Carlos estaba empeorando todo. Mi papá acepta esperanzado en que Roberto lo ayude. El, antes que otra cosa, le levanta la pierna y, tomándolo del pie, lo jala de la manera justa y, como por milagro, el terrible calambre desaparece. Todos aclamaron con alegría la gran empresa de Roberto y en ese momento fue aceptado con afecto en la familia. 

En Mante nos esperaba el resto de la familia. Entre Roberto y Goyo fue inmediata una simpatía recíproca. Goyo decía que el tono bajo de voz de Roberto era como el de Don Corleone, de la película El Padrino, y se divertía tomándole el pelo afablemente. Lo llamaba también bambino, aunque eran de la misma edad.

Después de unos diez días transcurridos en Mante, mi papá nos organizó un viaje a Querétaro y Guanajuato en coche junto con Goyo y Lauris. Durante el viaje nos pasó de todo.

En Querétaro dejamos el coche estacionado donde estaba prohibido, porque a Goyo le daba flojera caminar. Roberto, muy conservador y diciplinado, le pedía a Goyo mover el coche, porque era mejor dejarlo lejos y caminar al centro en vez de arriesgarse a una multa. Goyo, riéndose, le decía “no pasa nada”, mientras Lauris me cerraba un ojo como diciéndome también ella “no pasa nada”. ¡Eran de verdad cómplices!

En fin, después de un largo paseo y una abundante comida regresamos al coche y ¡oh sorpresa! Nos habían quitado las placas (entonces en México se usaba así), de manera que uno estaba obligado a recogerlas y pagar la multa. Goyo reía y decía de nuevo “no pasa nada”. Una vez recuperadas las placas nos fuimos rumbo a Guanajuato y Goyo no se quiso parar a ponerle gasolina al coche, pues decía que tenía suficiente en el tanque.

Apenas habíamos recorido unos 50 kilómetros, el coche empezó a sollozar. De milagro encontramos un ranchito donde los campesinos tenían un tanque lleno de gasolina. Roberto estaba encantado de ver un montón de marranitos negros que paseaban con la mamá en los alrededores; acostumbrado solo a los grande marranos rosas europeos, estos se le hacían curiosos y bonitos.

El campesino, nada estúpido, le dio a Goyo una manguera para ponerle la gasolina al coche. A su vez Goyo se la dio a Roberto diciéndole: “tu sabes mas de esto, visto que trabajas en la FIAT, ¿no?”. “Pero yo me ocupo de finanzas”, contestó Roberto. Goyo le respondió: “ándale, no pasa nada”. En consecuencia, Roberto succionó con la boca el horrible carburante y escupió todo sin lograr insertar la manguera en el tanque del coche. Al final Goyo tuvo que hacer esta operación y entonces Roberto, riéndose, le decía: “no pasa nada”.

Goyo y mi hermana eran como Bonnie y Clyde, divertidos pero no malos, espléndidos y generosos. Recuerdo que mientras Goyo manejaba, decía a Roberto que el dinero era como las uñas: las cortas y crecen de nuevo. Pueden imaginar la cara de Roberto, un europeo que llevaba una vida, por decir lo menos, de austeridad espartana.

El viaje estubo bellísimo, con mil aventuras. Roberto regresó a Italia maravillado de México y de mi familia. Enseguida se celebró el mundial de futbol de 1982. En mi casa, en la final entre Italia y Brasil, solo Goyo le iba a los Azzurri, mientras mi hermana Marcela se enamoró del jugador Claudio Gentile. El resto eran aficionados de Brasil.

Pocos meses después Roberto regresó a México a casarse conmigo. Desde entonces, cada vez que íbamos a México con nuestros hijos Filippo y Laura, Goyo estaba siempre ahí esperandonos. Decía: “llegan los Azzurri”. En la mañana temprano venía a casa de mis padres a tomar el café con nosotros, después se llevaba al bambino Roberto, Filippo y Laura a dar la vuelta, o a su oficina. Ahí los niños jugaban con la computadora que entonces parecía una caja enorme. Ellos lo adoraban. Incluso un tiempo Goyo tuvo un pequeño restaurante de comida para llevar; le pusó como nombre Filippo’s. Roberto y Goyo pasaban mucho tiempo platicando; abrieron y cerraron cientos de negocios, negocios que quedaban siempre en sueños. Planeaba viajes a España para conocer a sus parientes y en Italia para venir a nuestra casa. Desgraciadamente fueron solo bellos sueños.




Cuando murió mi papá, Goyo me escribió una larga y sentida carta. Tenía una hermosa caligrafía. Desde ese momento, el tomó en mi corazón el lugar de mi padre. 




Lamentablemente, pocos años después, murió también el. Espero solo que en el cielo se hayan hecho compañía durante todos estos años y que nos vean con ojos clementes si algunas veces reñimos entre nosotros.

Nosotros, los Azzurri, recordamos a Goyo siempre con infinito amor y nos decimos: “no pasa nada”.

Adriana

Versione in italiano


Lo scorso otto febbraio sono trascorsi venti anni da quando il mio caro cognato Goyo se n'è andato. Mia sorella Lauris lo ha ricordato raccontando alcuni simpatici aneddoti riguardo la loro vita matrimoniale. Ricordi divertenti ma pieni di malinconia.
Pensando a lui ho deciso di scrivere anch'io due righe su quegli aneddoti che sono rimasti nel mio cuore. Sono tanti i ricordi ma ho scelto di scrivere solo degli ultimi tempi, quando io iniziavo la mia avventura italiana. Per far questo devo fare una premessa un pochino lunga: il primo viaggio di mio marito in Messico.

Nei primi anni ottanta ho conosciuto Roberto a Firenze, dopo un anno dal mio ritorno in Messico lui è venuto a trovarmi. Mio padre che non voleva che avesse uno shock venendo per la prima volta nel mio paese -il Mante- organizzò nel miglior modo tutto il soggiorno di Roberto.

Per prima cosa sono andata a Città del Messico insieme a mia sorella Natalia a ricevere Roberto. Abbiamo alloggiato in uno dei migliori alberghi nel centro storico in modo da fargli conoscere comodamente la città. Tutto stava andando bene e Roberto era molto ammirato dalla grande e bella Città del Messico.
Il terzo giorno siamo andati a pranzo in un elegante ristorante e benché Roberto fosse vestito molto bene e con gusto decisamente italiano, lo obbligarono a mettersi una giacca. Questa cosa gli fece storcere il naso. Dopo aver mangiato, facendo ritorno all'albergo, Natalia si mise a piangere sconsolata perché le mancavano i suoi bambini e suo marito Pargo. Roberto restò un po’ sconcertato: erano passati appena tre giorni dall’allontanamento famigliare di Natalia. Comunque non disse niente ma non lo ha mai dimenticato.

Il giorno dopo arrivammo a Tampico e andammo insieme alla mamma a casa della zia Nena dove ci aspettava il mio babbo per poi ripartire per il Mante. Amici miei ricordiamoci che Roberto stava per conoscere per la prima volta mio padre, la scena è la seguente: mio padre sdraiato su un letto con la gamba all’aria, soffriva di un intenso crampo, lo zio Carlos  cercava di aiutarlo ma facendo tutto al contrario, la zia Nena, Mamma Chayo (la nonna) erano sedute in poltrona. Dopo una breve presentazione di Roberto, vista la gravità della situazione, lui mi chiese se poteva aiutare il babbo perché lo zio Carlos stava peggiorando tutto. Mio padre accettò speranzoso  che Roberto lo aiutasse. Lui gli alzò per primo la gamba e poi gli tirò il piede nel verso giusto e, come per magia, il terribile crampo sparì. Tutti  acclamarono con gioia l’impresa di Roberto e da quel momento fu ben accetto in famiglia.

In Mante ci aspettava il resto della famiglia. Fra Roberto e Goyo fu subito simpatia reciproca. Goyo disse che Roberto aveva il tono basso di voce di Don Corleone del film Il Padrino e lo prendeva bonariamente in giro. Lo chiamava “bambino” anche se avevano la stessa età. Dopo una decina di giorni trascorsi lì, mio babbo ci organizzò  un viaggio in macchina insieme a Goyo e Lauris. Durante il viaggio a Guanajuato e Querétaro ci successe di tutto.
A Querétaro si lasciò la macchina parcheggiata dove c’era un divieto di sosta perché a Goyo faceva fatica camminare. Roberto, molto conservatore e disciplinato, chiedeva a Goyo di spostarla, che era meglio lasciarla lontana e camminare verso il centro piuttosto che beccarsi una multa. Goyo rideva e gli diceva con aria sorniona  “No pasa nada”, Lauris chiudeva un occhio come per dire anche lei “No pasa nada”. Erano proprio complici!
Insomma dopo un lauto pranzo facciamo ritorno alla macchina e oh sorpresa ci avevano levato le targhe (allora in Messico si usava così) in modo che uno era costretto ad andare dai vigili a pagare la multa per averle indietro.

Goyo disse di nuovo “No pasa nada” - e se la rideva. Una volta recuperate le targhe siamo andati verso Guanajuato e Goyo non si è voluto fermare a far benzina perché diceva che sarebbe bastata quella che avevamo nel serbatoio.
A mala pena avevamo fatto una cinquantina di chilometri che la macchina iniziò a singhiozzare, per miracolo trovammo una fattoria dove i contadini avevano una botte piena di benzina.
Roberto rimase incantato nel vedere un sacco di maialini piccini tutti neri che gironzolavano intorno insieme alla mamma: abituato ai grossi maiali rosa italiani, questi gli sembravano curiosi e belli.

Il contadino per niente stupido diede a Goyo un pezzo di tubo di plastica per mettere la benzina in macchina, a sua volta Goyo la diede a Roberto dicendogli: “Tu te ne intendi, visto che lavori alla FIAT, no?”
“Ma, insomma io mi occupo dei finanziamenti”, rispose Roberto. Goyo gli disse “Fai te, no pasa nada”. Di conseguenza Roberto succhiò dal tubo per tirare su il liquido e poter poi inserire la benzina dentro il serbatoio, sputando poi quel cattivo carburante che aveva tenuto per pochi secondi in bocca, ma non ci riuscì. Alla fine ci pensò Goyo. Allora Roberto ridendo diceva: “No pasa nada”.

Lui e mia sorella erano come Bonnie e Clyde, divertenti ma non cattivi. Splendidi e generosi. Ricordo che mentre Goyo guidava diceva a Roberto che i soldi erano come le unghie, si tagliano ma ricrescono. Potete immaginare la faccia di Roberto, un europeo austero che faceva vita a dir poco spartana.
Insomma il viaggio è stato bellissimo con tutte quelle avventure. Roberto alla fine del viaggio tornò in Italia meravigliato del Messico e della mia famiglia.

Subito dopo arrivò il mondiale di futbol del 1982. A casa mia per la finale fra Italia e Brasil solo Goyo tifava per gli Azzurri  e mia sorella Marcela si innamorò del calciatore Claudio Gentile. Il resto della famiglia tifava per il Brasile.
Pochi mesi dopo  Roberto era di nuovo in Messico per sposarmi.

Da allora, ogni volta che andavamo in Messico con i nostri figli Filippo e Laura, Goyo era sempre lì ad aspettarci. Diceva: “Arrivano gli Azzurri”. La mattina presto veniva a casa dei miei genitori a prendere il caffè con noi poi portava il bambino Roberto e Filippo e Laura in giro, o nel suo ufficio. Lì  loro giocavano con il computer che allora sembrava una grossa scatola. Loro lo adoravano.
Quando Goyo aprì un piccolo ristorante di cibo da asporto, gli mise nome “Filippo’s”. Roberto e Goyo passavano molto tempo a chiacchierare e  aprirono e chiusero centinaia di negozi, di affari che restavano progetti nei loro sogni. Pianificava anche viaggi in Spagna per andare a trovare i suoi parenti e in Italia da noi. Purtroppo sono rimasti solo quello: dei bei sogni.

Quando morì mio padre, Goyo mi scrisse una lunga e sentita lettera, aveva una bella calligrafia. Da quel momento lui prese nel mio cuore il suo posto. Purtroppo non è rimasto in vita per lungo tempo nemmeno lui. Spero soltanto che in cielo si siano fatti compagnia durante tutti questi anni e che ci guardino con occhi clementi se qualche volta ci accapigliamo fra di noi.



Noi, gli Azzurri ricordiamo Goyo sempre con infinito amore e diciamo:“no pasa nada”.

Adriana


          


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